1 mar 2014

"Jarrapellejos" de Antonio Giménez Rico, 1988.

 Sinopsis: La Joya. Extremadura, 1912. Nada se mueve en La Joya sin el permiso de don Pedro Luis Jarrapellejos. El es quien domina personas y haciendas. Nombra o destituye alcaldes y gobernadores. Hace y deshace matrimonios. Todo lo puede... Todo... menos Isabel, bella y humilde adolescente que se le resiste, sin que don Pedro le encuentre precio. Cierto día Isabel y su madre aparecen, en su casa, violadas y asesinadas. Jarrapellejos conoce a los autores de tan horrendo crimen: su propio sobrino y el del Conde de la Cruz. En seguida pondrá en marcha su amplia red de influencias y manipulaciones, para echar tierra al asunto, aún a costa de que paguen inocentes.


Felipe Trigo ofreció una visión panorámica de la burguesía de principios del siglo xx en su novela Jarrapellejos (1914). Su atención recayó de manera especial en el tratamiento que se daba a la mujer en una sociedad marcada por el caciquismo, los abusos y la inmoralidad de los poderosos. Trigo nos muestra la vida de una colectividad rural, presentando varias historias entretejidas y enlazadas todas ellas por la omnipotencia de Jarrapellejos, dueño y señor de La Joya, elemento obstaculizador de todo progreso nacional y hasta privado. El cacique maneja todos los hilos de la política local y compra, por las buenas o por las malas, a las mujeres que desea. La novela refleja la vida vana y superficial del pueblo, con una juventud carente de ideales, que se aburre, donde reinan los prejuicios más ancestrales.
La imagen de la mujer en Jarrapellejos se moldea, o bien como símbolo de la hipócrita moral imperante en la época, o bien como víctima de la violencia, la prostitución, la ignominia, etc. Por lo tanto, los personajes femeninos en esta novela se pueden dividir en dos grupos: las «señoras» (Orencia, Purita Salvador, Ernesta, etc.), que llevan una doble vida para satisfacer sus apasionados impulsos sexuales; y las «humildes», que solo sirven para que los señoritos se diviertan con ellas. Un caso aparte es el de Isabel, que rechaza a todos los ricos deseosos de comprar sus favores y que representa el «amor verdadero».
En Jarrapellejos encontramos englobadas tanto la aristocracia como la alta burguesía en el mismo nivel acomodado dentro de la sociedad de principios del xx. Ya desde los primeros capítulos captamos que Felipe Trigo personifica en la mujer burguesa la imagen de una clase social superior. Vicios y virtudes entran en la retina del cuerpo social a través de sus comportamientos y actitudes.
Con respecto al matrimonio, Trigo pinta una visión triste de este. En la mayor parte de los casos resulta ser un medio para consolidar un falso prestigio social. Así, por ejemplo, Ernesta accede a casarse con un viejo conde para disponer de un título nobiliario, rechazando el amor de Octavio, un joven burgués con pretensiones revolucionarias. En otras ocasiones sirve para encubrir la pérdida de la virginidad, como se pone de manifiesto con Purita Salvador, que se queda embarazada de un pastor; en los últimos meses de gestación mantiene relaciones sexuales con su novio de siempre y, al final, acaba casándose con Saturnino, jugador, borracho y calavera, que se enamora perdidamente de la herencia de la joven.
La corrupción, presente en todos los órdenes de la vida social, también forma parte de la vida familiar. En ocasiones la pareja llega a un acuerdo tácito por el que, sin romper la apariencia de la institución familiar, permite la disolución total de esta. El matrimonio, en el caso de Orencia y Eusebio, supone para ella la liberación de una serie de convenciones, ya que su marido legal es el que da el primer apellido a sus hijos, mientras que el padre biológico de estos es don Pedro Luis Jarrapellejos, su amante. En efecto, la muchacha soltera debe guardar unas estrictas normas morales, ya que de lo contrario sobreviene su marginación social. Por el contrario, la casada disfruta de una gran libertad con tal de que, eso sí, sepa mantener las apariencias.
Para Trigo el matrimonio no es cuna, sino la tumba del amor. En Jarrapellejos resulta casto y moralmente aceptado resignarse a ser carne de placer, un mueble de lujo, una materia explotable, descendiendo de este modo a la categoría de prostituta. Sin voluntad y sin conciencia, Ernesta, Orencia y Purita miman al hombre con quien cohabitan, solo porque haciéndolo así creen cumplir con su obligación. Les han dicho que sus deberes de casadas les imponen que satisfagan los caprichos del esposo. Sus caricias adquieren con mucha frecuencia el carácter de las que se prodigan en los lupanares.
Felipe Trigo critica duramente el talante religioso de un grupo social alto que utiliza la religión como cobertura de su hipócrita moral. También arremete contra la vida vacía, licenciosa y lujuriosa de sus personajes femeninos, vida presidida a menudo por la trampa y la frivolidad. Frivolidad en sus plantemientos, en sus objetivos, en su comportamiento, que en el súmmum del fariseismo les permite convertirse en guardianas de los principios trascendentes de la sociedad.
Con respecto a la clase social más baja, representada en Jarrapellejos por el campesinado, en este nivel nos encontramos a una mujer semianalfabeta, con un sentimiento religioso espontáneo muy arraigado, con gran apego a la tradición, con un sentido muy claro de las relaciones patriarcales que rigen la vida rural, con un vivo respeto a la autoridad paterna de la que a veces resulta víctima, como es el caso de Petra, joven que fue violada por su propio padre.
Por norma general, la mujer campesina no padece hambre, pero se ve sometida a una dura vida de trabajo. En el campo, la jornada laboral afecta tanto al hombre como a la mujer. Como contrapartida, la mujer tiene que llevar a cabo además las tareas domésticas, y es habitual que se incorpore a la labor en hora más tardía, cuando ya ha dejado ultimados los quehaceres de la casa. Por lo demás, el ritmo de trabajo de las mujeres en toda empresa de carácter familiar tiende al máximo rendimiento, tal es el caso de Isabel y su madre, que trabajan de sol a sol para abastecer a La Joya de pan.
Sin embargo, la vida en el campo no solo se reduce a duro trabajo y disfrute de fiestas. En periodos de sequía o de plagas, el pan escasea y la mujer se lanza a vender su cuerpo para poder alimentar a sus propios hijos. Es entonces cuando se hace fehaciente que «la miseria sirve para prostituir a las mujeres y para volver a maridos borrachos y gandules. Régimen de servilismo, en fin, que envejece los cuerpos y las almas de pura hambre y porquería, mal disimuladas por las cloróticas muchachas con caretas de albayalde».
La Joya es el típico reflejo de una sociedad enquistada en una serie de vicios, opresiones, servilismos, explotaciones y abusos, que animalizan a las clases más pobres, subyugándolas a una tradición perniciosa que no fue creada por ellas y que se les ha impuesto hasta dominarlas. Todo ello da origen a una comunidad hermética, que ahoga todo brote de rebeldía o cambio.
Trigo mediante ellas quiere poner de manifiesto la impotencia en la que se sume España ante cualquier intento de regeneración. Una sociedad anclada en un pasado obsoleto y anacrónico, degradada ya en esencia, sin principios ni valores humanos, cuando descubre entre algunos de sus miembros la pureza de un amor verdadero, reacciona con una extrema violencia para extirpar dicho «quiste» de raíz y evitar así posibles rebrotes del mismo.
"La crítica social de Felipe Trigo en Jarrapellejos" por María Jesús Zamora Calvo en:
 http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/febrero_10/18022010_01.htm

 Basada en la novela de ficción "Jarrapellejos" de Felipe Trigo un autor muy interesante. 
Jarrapellejos (Vida arcádica, feliz e independiente de un español representativo (1914) 
"La mayor parte de las novelas y relatos cortos de Felipe Trigo tienen como tema principal el erotismo. Trigo criticaba en estas novelas la hipocresía y los prejuicios de la sociedad española en lo relativo a la moral sexual. El autor es, sin embargo, más recordado por dos obras en las que, aunque lo erótico está también presente, priman sus inquietudes regeneracionistas, cercanas a las ideas de los miembros de la generación del 98. Son éstas El médico rural (1912), en la que, con abundantes elementos autobiográficos, critica enérgicamente la miseria y la ignorancia en la que viven los campesinos extremeños; y, sobre todo, Jarrapellejos, novela varias veces reeditada y llevada al cine por Antonio Giménez-Rico, que denuncia los males del caciquismo en la sociedad española de la Restauración." 

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