20 sept 2013

Francesc Catalá-Roca "Obras Maestras" en el Círculo de Bellas Artes (Madrid)

La obra de Francesc Català-Roca (Valls 1922-Barcelona 1998) constituye la piedra angular de la fotografía documental en España. Nadie como él supo intuir primero y construir después un discurso pleno de autenticidad, fe y consciencia en el lenguaje de las imágenes. El reportaje fotográfico logró con su trabajo una sintaxis nueva, una estructura firme y decidida, alejada sin titubeos de cualquier tentativa experimental y de cualquier ambición artística.
Viajero incansable, recorrió España y retrató los vertiginosos cambios que se producían en los campos y las ciudades: el conjunto de su obra es un magnífico retrato del siglo XX -que se puede relacionar con lo que hacían, al otro lado de los Pirineos, Robert Doisneau o Henri Cartier-Bresson-, y su incansable dedicación a la tarea de describir este país a lo largo de tres décadas nos ha dejado un legado de más de 200.000 negativos impecables, ya que en su esmero por desechar lo superfluo, destruyó todo disparo imperfecto.
Esta exposición retrospectiva reúne 150 de sus obras más representativas (principalmente pertenecientes al período de la década de los 50), en un intento de poner de manifiesto el carácter imprescindible e insustituible de su trabajo.
Comisario: Chema Conesa
Horarios: de martes a sábados de 11:00 > 14:00 y de 17:00 > 21:00 domingos y festivos de 11:00 > 14:00 lunes cerrado visitable hasta el 12 de enero de 2014 en la Sala Picasso del CBA (Madrid).
Más info en la web: http://www.circulobellasartes.com/evento.php?s=exposiciones&id=172




 Carrascosa del Campo (Cuenca)



“Las imágenes de Català-Roca dignificaron todo lo que tocaron. No hay atisbo de condescendencia ni juicio cuando dirige su mirada a la gente humilde del campo o la ciudad. Sabe respetar la distancia exacta para narrar desde la posición de testigo”. Esta es una de las frases que enmarcan el recorrido por la exposición Català-Roca. Obras maestras que se muestra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 12 de enero. Y da cuenta de una de las razones por las que estar frente a las fotografías de este retratista de la realidad española sea como hacer un emocionante viaje en el tiempo. Una jovencísima Micaela Flores La chunga baila ante unas fábricas en Barcelona, Joan Miró trabaja abstraído, un grupo de personas desciende por las escaleras del metro de Madrid, dos señoras esperan atentas los números ganadores de la lotería, Salvador Dalí salta a la comba en 1953 en el Parc Güell, un carbonerito sonriente se apoya en la pared para aliviar la carga de su cesta, un cura bendice a los animales el día san Antón de 1955… Los vemos, vivimos con estas personas un momento; y la fealdad si en algún instante existió, se transforma en belleza.
El fotógrafo Francesc Català- Roca (Valls, 1922- Barcelona, 1998) no quería ser considerado un artista. Le importaba poco que se destruyeran sus fotografías —en una ocasión, relata el comisario de la muestra Chema Conesa, estampó una en el suelo como prueba—, o que fueran expuestas directamente en bastidores. No deseaba que se las enmarcara, o que estuvieran protegidas por un cristal, o sufrieran algún tipo de manipulación. Afirmaba que, si la fotografía tiene valor, es porque puede ser reproducida infinitamente. Pero desechaba todos los negativos malos, y, del rastreo de más de 200.000 en diversos formatos y 17.000 hojas de contacto de la investigación que han llevado a la exposición, Conesa afirma que todos estaban impecables. La muestra, coproducida por La Fábrica y Fundación Barrié, ha pasado por Vigo, Valladolid, Barcelona, Zaragoza, Oporto y Sevilla.
“No he tenido problemas con la gente que fotografiaba, he tenido la intuición, sabía cuándo pedirlo y cuándo no”, decía Català- Roca. El campo, la ciudad, las tradiciones, un gesto por la calle, como el piropo que inmortaliza en una calle de Sevilla ante la presencia de curas y militares… O aquel domingo de 1955 en que fotografió una corrida que había organizado Luis Miguel Dominguín en Carrascosa del Campo (Cuenca) para impresionar a la que sería su futura mujer, Lucía Bosé, lo recuerda el fotógrafo como la jornada en la que hizo mejores imágenes de una sentada. Entre ellas, la de un Domingo Ortega a quien llevan a hombros y que alza como trofeos las orejas y el rabo.
Esta es solo parte de la historia. No se puede entender el documentalismo español sin este hombre que se colgó una cámara al hombro a los 13 años y desde entonces ya no la soltó, para hacer algo muy distinto de lo que vio en su propia casa. Su padre Pere Català Pic, un vanguardista convencido, seguía las premisas del constructivismo ruso. Su vástago, sin embargo, buscaba captar la realidad y comunicar y no le dolieron prendas para recorrer España y apropiarse de ese instante que poseyera más fuerza y que configura el ADN del reportaje fotográfico, el que hizo que se adelantara a las premisas de Henri Cartier-Bresson. “Nos enseñó a mirar por un objetivo, a contar el mundo de una manera honesta, con las únicas armas del momento adecuado y de la luz…”, apostilla Conesa, quien conoció a Català-Roca cuando tenía 13 años; el fotógrafo "de nariz partida, chaqueta de cuero y cámara maravillosa" pidió permiso para acceder al balcón de su casa en Murcia a la caza de uno de esos instantes. Català-Roca trabajó en blanco y negro hasta entrados los setenta, y fue en formato medio por requisito de las revistas en las que publicaba.
Català-Roca. Obras maestras es un conjunto de 150 fotografías que retratan la España de los años cincuenta y sesenta. Un video reúne además al grupo de amigos con los que compartió mesa y trabajo. Los también fotógrafos Isabel Steva Hernández Colita y Oriol Maspons, el ceramista Joan Artigas, su asistente Josep Gol y sus hijos, Andreu y Martí, retratan a un hombre que disfrutaba de la vida y que se interesaba por ella. ”Era el más rápido, el mejor… Teníamos la mala costumbre de llegar antes que nadie a los sitios para tomar posesión del lugar, comprobar la luz…”, rememora Colita. En la mesa del fondo de Casa Mariona estos amantes de la fotografía se reunían a comer por poco dinero. Unos encuentros marcados por las risas, como relata Colita: “Nos distinguía el sentido del humor, lo intentábamos pasar bien y eso se reflejaba en nuestra forma de trabajar…”. 
Fuente de la reseña: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/09/19/actualidad/1379602628_805704.html
 Arcos de la Frontera, Cádiz, ca. 1955.
 Positivo y negativo, Semana Santa, Sevilla. 1959.
"También dejó otras imágenes "destinadas a reconocer y reconocernos" sacadas del costumbrismo cotidiano, como el padre y el hijo que comparten la comida en "La Puebla de Montalbán" (Toledo, 1950), a los habitantes de Carrascosa del Campo (Cuenca), que observan a un toro que se desangra en sus calles en un día de 1954, pasando por numerosos pueblos de Castilla, Murcia o Girona." 
Reseña en Lainformacion.com
 Castillo de Belmonte, Cuenca, ca. 1955.



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