La obra de Francesc Català-Roca (Valls 1922-Barcelona 1998)
constituye la piedra angular de la fotografía documental en España.
Nadie como él supo intuir primero y construir después un discurso pleno
de autenticidad, fe y consciencia en el lenguaje de las imágenes. El
reportaje fotográfico logró con su trabajo una sintaxis nueva, una
estructura firme y decidida, alejada sin titubeos de cualquier tentativa
experimental y de cualquier ambición artística.
Viajero incansable, recorrió España y retrató los vertiginosos
cambios que se producían en los campos y las ciudades: el conjunto de su
obra es un magnífico retrato del siglo XX -que se puede relacionar con
lo que hacían, al otro lado de los Pirineos, Robert Doisneau o Henri
Cartier-Bresson-, y su incansable dedicación a la tarea de describir
este país a lo largo de tres décadas nos ha dejado un legado de más de
200.000 negativos impecables, ya que en su esmero por desechar lo
superfluo, destruyó todo disparo imperfecto.
Esta exposición retrospectiva reúne 150 de sus obras más
representativas (principalmente pertenecientes al período de la década
de los 50), en un intento de poner de manifiesto el carácter
imprescindible e insustituible de su trabajo.
Comisario: Chema ConesaHorarios: de martes a sábados de 11:00 > 14:00 y de 17:00 > 21:00 domingos y festivos de 11:00 > 14:00 lunes cerrado visitable hasta el 12 de enero de 2014 en la Sala Picasso del CBA (Madrid).
Más info en la web: http://www.circulobellasartes.com/evento.php?s=exposiciones&id=172
Carrascosa del Campo (Cuenca)
“Las imágenes de Català-Roca dignificaron todo lo que tocaron. No hay
atisbo de condescendencia ni juicio cuando dirige su mirada a la gente
humilde del campo o la ciudad. Sabe respetar la distancia exacta para
narrar desde la posición de testigo”. Esta es una de las frases que
enmarcan el recorrido por la exposición Català-Roca. Obras maestras
que se muestra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 12 de
enero. Y da cuenta de una de las razones por las que estar frente a las
fotografías de este retratista de la realidad española sea como hacer un
emocionante viaje en el tiempo. Una jovencísima Micaela Flores La chunga
baila ante unas fábricas en Barcelona, Joan Miró trabaja abstraído, un
grupo de personas desciende por las escaleras del metro de Madrid, dos
señoras esperan atentas los números ganadores de la lotería, Salvador
Dalí salta a la comba en 1953 en el Parc Güell, un carbonerito
sonriente se apoya en la pared para aliviar la carga de su cesta, un
cura bendice a los animales el día san Antón de 1955… Los vemos, vivimos
con estas personas un momento; y la fealdad si en algún instante
existió, se transforma en belleza.
El fotógrafo Francesc Català- Roca
(Valls, 1922- Barcelona, 1998) no quería ser considerado un artista. Le
importaba poco que se destruyeran sus fotografías —en una ocasión,
relata el comisario de la muestra Chema Conesa, estampó una en el suelo
como prueba—, o que fueran expuestas directamente en bastidores. No
deseaba que se las enmarcara, o que estuvieran protegidas por un
cristal, o sufrieran algún tipo de manipulación. Afirmaba que, si la
fotografía tiene valor, es porque puede ser reproducida infinitamente.
Pero desechaba todos los negativos malos, y, del rastreo de más de
200.000 en diversos formatos y 17.000 hojas de contacto de la
investigación que han llevado a la exposición, Conesa afirma que todos
estaban impecables. La muestra, coproducida por La Fábrica y Fundación
Barrié, ha pasado por Vigo, Valladolid, Barcelona, Zaragoza, Oporto y
Sevilla.
“No he tenido problemas con la gente que fotografiaba, he tenido la
intuición, sabía cuándo pedirlo y cuándo no”, decía Català- Roca. El
campo, la ciudad, las tradiciones, un gesto por la calle, como el piropo
que inmortaliza en una calle de Sevilla ante la presencia de curas y
militares… O aquel domingo de 1955 en que fotografió una corrida que
había organizado Luis Miguel Dominguín en Carrascosa del Campo (Cuenca)
para impresionar a la que sería su futura mujer, Lucía Bosé, lo recuerda
el fotógrafo como la jornada en la que hizo mejores imágenes de una
sentada. Entre ellas, la de un Domingo Ortega a quien llevan a hombros y
que alza como trofeos las orejas y el rabo.
Esta es solo parte de la historia. No se puede entender el
documentalismo español sin este hombre que se colgó una cámara al hombro
a los 13 años y desde entonces ya no la soltó, para hacer algo muy
distinto de lo que vio en su propia casa. Su padre Pere Català Pic, un
vanguardista convencido, seguía las premisas del constructivismo ruso.
Su vástago, sin embargo, buscaba captar la realidad y comunicar y no le
dolieron prendas para recorrer España y apropiarse de ese instante que
poseyera más fuerza y que configura el ADN del reportaje fotográfico, el
que hizo que se adelantara a las premisas de Henri Cartier-Bresson.
“Nos enseñó a mirar por un objetivo, a contar el mundo de una manera
honesta, con las únicas armas del momento adecuado y de la luz…”,
apostilla Conesa, quien conoció a Català-Roca cuando tenía 13 años; el
fotógrafo "de nariz partida, chaqueta de cuero y cámara maravillosa"
pidió permiso para acceder al balcón de su casa en Murcia a la caza de
uno de esos instantes. Català-Roca trabajó en blanco y negro hasta
entrados los setenta, y fue en formato medio por requisito de las
revistas en las que publicaba.
Català-Roca. Obras maestras es un conjunto de 150
fotografías que retratan la España de los años cincuenta y sesenta. Un
video reúne además al grupo de amigos con los que compartió mesa y
trabajo. Los también fotógrafos Isabel Steva Hernández Colita y Oriol Maspons,
el ceramista Joan Artigas, su asistente Josep Gol y sus hijos, Andreu y
Martí, retratan a un hombre que disfrutaba de la vida y que se
interesaba por ella. ”Era el más rápido, el mejor… Teníamos la mala
costumbre de llegar antes que nadie a los sitios para tomar posesión del
lugar, comprobar la luz…”, rememora Colita. En la mesa del fondo de
Casa Mariona estos amantes de la fotografía se reunían a comer por poco
dinero. Unos encuentros marcados por las risas, como relata Colita: “Nos
distinguía el sentido del humor, lo intentábamos pasar bien y eso se
reflejaba en nuestra forma de trabajar…”.
Fuente de la reseña: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/09/19/actualidad/1379602628_805704.html
Arcos de la Frontera, Cádiz, ca. 1955.
Positivo y negativo, Semana Santa, Sevilla. 1959.
"También dejó otras imágenes "destinadas a reconocer y reconocernos"
sacadas del costumbrismo cotidiano, como el padre y el hijo que
comparten la comida en "La Puebla de Montalbán"
(Toledo, 1950), a los habitantes de Carrascosa del Campo (Cuenca), que
observan a un toro que se desangra en sus calles en un día de 1954,
pasando por numerosos pueblos de Castilla, Murcia o Girona." Reseña en Lainformacion.com
Castillo de Belmonte, Cuenca, ca. 1955.
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