23 ago 2012

'El último verano' un blog y proyecto de NOPHOTO

Tras los recortes anunciados por el Gobierno el pasado 11 de julio, NOPHOTO ha decidido documentar la evolución del verano más inhóspito y desalentador de nuestra historia reciente. Por si después de éste ya no hubiera otro. Por si desaparece de nuestras vidas el verano. Este blog narra por tanto un estado de inquietud. Sus contenidos son frágiles y discontinuos, asociados a la naturaleza precaria de los tiempos que vivimos. Pretende describir y rememorar las emociones de esa experiencia en vías de extinción que llamamos verano. 

Estas son las palabras con las cuales el colectivo de fotógrafos NOPHOTO inicia en el verano de 2012 la creación de un blog/diario donde mostrar mediante el binomio imagen-texto sus vivencias "el último verano". A continuación hemos seleccionado algunas de las fotos más rurales que van acompañadas de su texto completo y nombre del autor. 
Muchas gracias a NOPHOTO por realizar este trabajo desde la sinceridad tan necesario en los tiempos que corren. El proyecto estival abre muchas reflexiones sobre temas como: cambios de estilo de vida, la persistente y continua crisis, obsolescencia programada, el futuro de las nuevas generaciones entre cuestiones de ecología y kilómetros de carretera. Esperamos que os guste tanto como a nosotros. 
El mejor amigo de mi hijo en el pueblo se llama Oscar. A sus nueve años es la estrella futbolística local. Con la pelota en los pies tiene mil recursos para salir de situaciones comprometidas. Es impresionante asistir a sus maniobras, me he divertido más viéndole jugar que en cientos de partidos de primera división. A mí me recuerda los videos de Messi de pequeño que rondan por Youtube. Siempre bromeo con él que seré su representante cuando llegué al Real Madrid y estoy detrás de firmar con él un precontrato en una servilleta de bar.
Hoy los de Protección Civil de mi pueblo han organizado unas jornadas para que los niños limpien las orillas del río de basura. Intentan concienciarles sobre el medio ambiente y a los que participan les regalan una barra libre en los castillos hinchables. Antes les daban también un refresco pero este año la crisis ha matado el presupuesto. Durante la limpieza de las orillas yo estaba encargado de un grupo de diez niños entre los que estaba Oscar. Teníamos que hacer una batida en un tramo de río entre el Puente Romano y la Barranca. Un primo mío le ha preguntado a Oscar que porque quería ir a recoger la basura al río y él le ha contestado que porque te dejaban montar en las colchonetas. Mi primo le ha vuelto a preguntar que es lo que él haría si le dejaran montar en las colchonetas a cambio de que arrojase latas viejas al río y él ha contestado sin dudar: “Tiraría las latas al río”
A la casa de mi abuelo al otro lado del embalse sólo puedo ir una vez al año, porque cada rincón tiene una historia y el ruido producido por todas ellas me vuelven loco. Allí debajo de la higuera están congelados los veranos de mi infancia. Nada ha cambiado, todo está en la misma posición; como si las piedras, los hierros oxidados y las casas derrumbadas formaran las estanterías del museo de mi vida.
He paseado con mi padre por las fincas muertas en las que se instalaron mis antepasados hace más de cien años en busca de un territorio que colonizar. Posesiones que se dividieron en delirantes trozos de terrenos entre hermanos que tenían a su vez familias numerosas. Mi padre sabe reconocer las señales de las lindes de las parcelas de mi abuelo, cruces rascadas en el granito, comidas por el musgo. Mojones irreconocibles en el paisaje que me intenta transferir. Son terrenos con pendientes imposibles, lugares olvidados con decenas de casas inacabadas de aquellos primos que soñaron con volver a los orígenes, que se imaginaron un día regresando al reino del cardo y la víbora.
Sólo una cosa ha cambiado. Por la noche, bajo la higuera, ya no están las teas encendidas, un generador ilumina tres bombillas que dan al espacio un aire de verbena. He preguntado a mis tíos que contaran a mis hijos de nuevo como fue la nave espacial que vieron sobre las montañas. El relato ha sido idéntico. Luego hemos hablado de maquis, del mítico maquis Ángel y su figura recortada a contraluz levantando su metralleta al aire y de la noche que sonó una orquesta invisible por el valle. Historias que la higuera ha escuchado mil veces y que sólo deja que se cuenten debajo de ella.
Paco Gómez. 22 de agosto. Las Mazuzas, Ávila. La Higuera. 
En 2006 empecé a hacer y recoger fotos del sitio del que toda mi familia es originaria; un pueblo al que sus habitantes llaman “el lugar”, lo que me hizo aprender que el consabido “En un lugar de La Mancha…” no contiene ni la mitad del misterio que aparenta.
Hoy he repetido una imagen que hice al principio del proyecto y he pensado que debo de ser el único animal que tropieza dos veces con el mismo calamino en el mismo camino.
“Nada, sólo es pan.
Pan del día anterior.
Se parte en rodajas y se amuga en leche y azúcar.
Luego se rebozan con huevo y se fríen.
Y ya está.”
Erundina vive en Muros de Nalón, Asturias. Tiene 71 años, “72 para el mes que entra”. Es una cocinera maravillosa. Sus torrijas son capaces de curar todas las penas.
“El supuesto milagro no fue otra que un proceso de convergencia y unión monetaria con el resto de Europa, por el cual los tipos de interés quedaron por debajo de la inflación real y España se inundó de capital extranjero. Vendimos ladrillo, deuda y sol, lo cual equivale a plantar cizaña en el césped: las actividades especulativas desplazaron a las productivas. En realidad, sí hubo algo milagroso: que un mal encofrador ganara más que un buen médico. El gran problema de España es que carece de una economía realmente productiva y capaz de competir en el mundo, y por eso no crece, y por eso padece un desempleo endémico”.
Un tótem es un objeto, ser o animal sobrenatural que en las mitologías de algunas culturas se toma como emblema de la tribu o del individuo e incluye una gran diversidad de atributos y significados.
Mi padre dice que de pequeño no pasó hambre pero si necesidad. Cuenta que de niño, cuando se iba con las cabras al monte, se llevaba para todo el día un cacho de pan y un cacho de tocino “!Y cuando había tocino!”… acaba exclamando siempre.
Sus experiencias infantiles le han generado un miedo al hambre y desde que tengo conciencia en el pueblo tiene un huerto sobredimensionado que puede abastecer a diez familias. Según está la cosa con la maldita crisis, hoy más que nunca entiendo que mi padre es un visionario. Estos días sacamos calabacines y unos pepinos que están de llorar. Queda una semana para empezar a recoger los primeros tomates maduros. Este año mi padre se queja que en los tomates no han cuajado muchas flores. Le he preguntado que si cree que la crisis también tiene que ver en esto y me ha contestado “Pregúntale a Rajoy”.
Por mucho que observo el huerto, lo encuentro escrito en un lenguaje que desconozco. Mi padre no ha perdido la esperanza de que algún día yo lo cuide, aunque ya le veo que dedica más esfuerzos en transmitir sus enseñanzas a mi hijo que a mí mismo. El otro día me dijo señalándome dos pequeños surcos de tomates: “Cuando yo guiñe el ojo, con un trozo como este tenéis tomates de sobra para todos vosotros”.
¿Cuánto de agro y cuánto de cultura tiene la agricultura? Pues bien, hoy en día, más bien poco. Por no decir nada. A no ser que por agro entendamos la industria química, el mercado de patentes, el uso indiscriminado de combustibles fósiles, la contaminación de suelos y acuíferos, los monocultivos o el inquietante sabor del tomate; y por cultura entendamos la precarización de la comunidad agrícola, el dumping, la especulación con el precio del grano, las grandes cadenas de supermercados o las abrumadoras distancias que separan a consumidores y productores.
Aún así, y por extraño que parezca, todavía hay gente que, cueste lo que cueste, está empeñada en hacer que la agricultura cumpla lo que su propio nombre dice.

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